martes, 29 de julio de 2008

Sobre el útero de la Sirenita

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UNO: ¿Qué? ¿Ahora tenemos que revisar un cuento para niños y sus diferencias con una versión animada?
DOS: Cosas de Murnaú. Déjalo ser.
UNO: Pero va a cuestionar el útero de la Sirenita, como si no tuviéramos bastante.

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Si revisamos bien el cuento que escribiera Hans Christian Andersen, a diferencia de la versión animada que hiciera Disney, hay muchos aspectos que cambiaron radicalmente el sentido del cuento mismo. Para ello una pequeña muestra: en Copenhague hay un parque temático dedicado a la figura de la Sirenita, y como es evidente de señalar, no es pelirroja como la pintaron en Disney, sino rubia, como cualquier hija de danesa.

Al cumplir los quince años, en vez de bajar escaleras y celebrar un gran fiestón, la Sirenita obtiene un permiso para subir arriba, esto es, hacia el nivel del mar donde hay olas, aire, brisa marina, seres humanos en naves flotantes de madera, muelles, etc. Es en medio de un naufragio que salva al príncipe de la película, y como era de esperar, el flechazo del amor recayó en el hígado de la Sirenita. Esto es así, porque se ha demostrado que se ama con el hígado, y no con el corazón, porque sólo bombea sangre.

Por cierto, el nombre de la Sirenita es tal cual es, no se llama Detergente 'Ariel' como pretendieron señalarla en la versión animada. En el relato original, no existe ninguna dicotomía del bien enfrentándose contra el mal, es decir, la protagonista buena contra la mala de la película. La Hechicera de los Abismos, cuyo nombre se desconoce, y que no es Úrsula, como aseguran los psicodélicos dibujantes de Disney (*), hace un trueque con la Sirenita.


Sólo la Hechicera de los Abismos podía socorrerla. (...)
-¡...por consiguiente, quieres deshacerte de tu cola de pez!
Y supongo que querrás dos piernas. ¡De acuerdo!
Pero deberás sufrir atrozmente y, cada vez que
pongas los pies en el suelo sentirás un terrible dolor.
-¡No me importa, a condición de que pueda volver con él!
-¡No he terminado todavía! -dijo la vieja-. ¡Deberás darme
tu hermosa voz y te quedarás muda para siempre! Pero
recuerda: si el hombre que amas se casa con otra, tu cuerpo
desaparecerá en el agua como la espuma de una ola.
-¡Acepto! -dijo la Sirenita.


Si lo vemos bien: es un mal negocio. Sin la voz, la Sirenita pierde todo su encanto, como cuando un carro de la Policía está con la sirena afónica. A diferencia de las sirenas que aparecen en la Odisea de Homero, los hombres navegantes deben taponear sus oídos con cera de abejas, porque seguro cantaban muy mal. Pero es un mal negocio, así de simple.


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UNO: ¡Ahh! (Suspiro) Ilusiones de la quinceañera. Se arriesga a recibir un par de piernas sin saberlas usar antes.
DOS: No va a serle muy fácil caminar de buenas a primeras, cuando llegue a la playa.
UNO: A un niño, ¿cuántos meses (incluso años) le toma aprender a caminar correctamente manteniendo su equilibrio y todo eso?

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Entonces vayamos a la playa a presenciar un espectáculo único que no lo dice el cuento. Con nuestras toallas y un bronceador para la tarde, nos ubicamos en el mejor sitio de la playa y apreciaremos el fatídico y bochornoso espectáculo que hace una damisela saliendo del mar. Por lo visto arrastra consigo un fétido olor que no se lo saca ni el Toquecito Glade o el Señor Honguito (superando eso sí, al olor de pescado muerto que siempre hay en el puerto de Supe, que lo supe después, mira tú).

¡Quince años apestando a pescado! Como si fuera fácil eliminar ese olor. Con nuestras naricitas tapadas, vemos que la damisela no hace más que arrastrarse, por lo arrastrada que es por su príncipe. A pesar de haber recibido su par de piernas flamantes, todavía no sabe usarlas. No olvidemos que la gravedad en la tierra se siente más que en el mar, por eso no le era fácil a la sirena desenvolverse como si estuviera en casa. Recién salida del mar, la Sirenita se asemeja más a un pescado o una foca que vara en plena playa queriendo no morir en el intento y brinca con toda su alma. Lástima que no existía Greenpeace cuando se escribió el cuento. De algo hubiera servido, ¿no creen?

En medio de la playa la Sirenita conoce un enemigo cruel contra toda estética femenina: la arena. El poder abrasivo que tiene la arena es similar a la lija cuando lo pasan por tu brazo (¿no has sentido eso alguna vez?) o tu rostro. Otro problema es la indumentaria adecuada. Siquera un bikini Bugui o Dolce & Gabbana habría sido la solución perfecta. Pero apenas llevaba un par de shells atado a unas algas cubriendo el detalle doble de arriba, pero no lo de abajo. Eso a la larga termina dañándola, por las cuestiones de la fricción de la resistencia ante la arena, por andar arrastrándose en la playa.

Sin embargo, en alguna parte del cuento, según las estructuras semióticas que lo estudian, el príncipe encuentra a esta bella dama irreconocible y... calata. La verdad de la milanesa es: ¿qué hizo el príncipe cuando la vio toda desnuda en medio de la playa? Aunque claro, mucho no pudo ver porque ya atardecía. Pero sí se ganó con tremendo recuerdo visual.

Repentinamente, según el relato, el príncipe tuvo que irse de viaje. La ex Sirenita fue albergada en el castillo como un ser deslumbrante de belleza, pero muda. A pesar que usaba los mejores vestidos, a su vuelta el príncipe sólo le profesaba un sincero afecto a la Sirenita, que, con el tiempo fue aprendiendo a caminar, ya que luego, según Andersen, fue invitada a un baile,

pero tal y como había predicho la bruja, cada paso,
cada movimiento de las piernas le producía atroces
dolores como premio de poder vivir junto a su amado.


Un pez femenino no tiene ovarios como la de una humana. La Sirenita, mitad pez y mitad humana, al adquirir las piernas, adquirió, en un principio, una extensión epidérmica, que lo conocemos como piel, y que la mayoría de las mujeres procura depilárselas para no parecerse a los monos. Con las nuevas piernas, adquirió también una serie de músculos aún no conectados con su cerebro, ya que pasar de los reflejos acondicionados de la aleta a las piernas, cuesta adpatarse. Adquirió ni más ni menos, un par de fémures, de peronés, de tibias, de rodillas (importante tenerlas en cuenta), y dos pies, para usarlos con unos Prada, Gucci, Dior, entre otros.

Pero sobre todo, lo más importante, se trata de la pelvis de la sirenita. Ningún pez tiene una pelvis de qué jactarse. Al menos la sirenita podía hacerlo, pero de qué le serviría en esos momentos, en que no podía decirle al príncipe que fue ella quien lo salvó de morir del naufragio, y no la otra tarada, la que se aprovechó de la situación y le ganó el marido, la casa y la comida de por vida, es decir, el príncipe, o el trofeo de guerra (como consta en el relato).

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UNO: La pregunta de rigor es: ¿Tenía ovarios la Sirenita cuando hizo el trueque con la bruja para intercambiar su linda y profunda voz cantarina (seguro que hasta superaba a Elis Regina, insuperable ella), por las piernas con la cual recobraría cierto aspecto humanoide?
DOS: Lo cual me lleva a reformular tu pregunta: ¿Tendría menstruación la Sirenita?

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¿Ustedes creen que la sirena en cuestión amó a primera vista sus piernas?
Por supuesto que no.

En el castillo, echada sobre su cama, y con el trauma post-pélvico por lo de la playa, la Sirenita anhelaba volver al mar, tener su gran aleta y su hermosa voz. Pero qué se le hace: una vez hecho algo, ya no hay vuelta atrás. Y el susto más grande de su vida fue al contemplar, por vez primera y con mayor detenimiento, esas ridículas extensiones de sus pies, llamados dedos, que no tenían ningún parecido a las de sus manos.

Y los dolores que tenía al caminar, bien tenía que disimularlas o practicar el budismo zen para no sentirlas tan de cerca. Lo más apropiado habría sido una silla de ruedas, pero ya nos poníamos demasiados pesados al criticarle a Hans cómo debía escribir sus cuentos. Porque lamentablemente, ni con ayuda de las búsquedas espiritistas o mediúmnicas logramos contactar con Hans Christian Andersen para que aclare algunas cuestiones importantes sobre su cuento.

De pronto, un dolor se hizo cada vez más evidente. Era un dolor que no se centraba en una región específica de su abdomen, como lo fuera el pinchazo con una aguja, sino en casi todo el vientre. La Sirenita nada de esto entendía. Un dolor que fue interpretado como cólico entre las mujeres del castillo del príncipe. ¡Horror de horrores! La Sirenita, ignorante pero linda ella, no sabía que ser mujer era un suplicio cada mes lunar. La regla de los 28 días señalaba que cada cierto tiempo -y por varios días- debía sufrir dolores parecidos al de la acidez estomacal pero amplificados, amén de eliminar ciertas sustancias cargadas en hierro oxidado. Imaginemos su reacción cuando le vino la menarquía a la Sirenita.


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UNO: Lo cual ya era un horror para la misma Sirenita, debido a su pudor submarino.
DOS: Todos los hombres del castillo, entre los soldados de la seguridad, los empleados y los pavo reales de la nobleza, habrían rajado que era virgen y correrían las apuestas por quien la logre desflorar.
UNO: Ni hablar de las mujeres, que de pura envidia habrían estado chismeando que no sabía ni caminar y que le andaba serruchando el piso a la otra, la que iba a ser la firme esposa del príncipe.
DOS: Y no olvidemos las lavanderas, ya que de seguro se extrañaban que la ropa usada por la Sirenita tuviera un olor muy impregnado a brisa marina y mariscos frescos...

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Cada vez iba de mal en peor, como que la vida no tenía sentido para la Sirenita. Pero según la estructura narrativa semiótica del cuento, ya para rematarla y acabar de una buena vez, le permiten la efímera oportunidad de matar al príncipe para volver a ser la sirena de antes, con voz incorporada. Pero nones, no es lo que desea ella para con su amado. Así que desde lo alto del castillo se lanza sobre las olas, y se vuelve espuma. Pero no contaba que el agua de mar siempre está en constante ciclo. Se había olvidado de la evaporación.

O peor aún, no sabía de qué se trataba ese proceso hidrológico. La arrastran hacia los Reinos de los Vientos, es decir, hacia las nubes cumulonimbus, acaso las stratocumulus o nimbostratus, quién sabe. La Sirenita deja de serlo y se transforma en una Sílfide, una hada o elemental del viento, encerrada por 300 años entre los vientos, hasta que consiga el trueque de su alma por uno inmortal, llevando eso sí, brisa fresca a los lugares cálidos, evitando las olas de calor, que no hacen más que obligarnos a mover cada vez más el abanico y anhelar un ventilador cuanto antes.

Hasta el próximo post que viene.



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(*) Los dibujantes que estaban al servicio de Walt Disney al parecer probaron su ración de psicodelia pura. Véase los elefantes rosados en "Dumbo", o cuando hace su aparición Pancho Pistolas en "Los Tres Caballeros", cuya secuencia es digna de la psicodelia más pura.